En 2011, la emprendedora e inversora en tecnología Caterina Fake publicó en su blogs un artículo sobre ansiedad que provoca la sensación de perder algo y lo llamó: FOMOacrónimo de Miedo a perder (miedo a perder algo, en español). El término se popularizó rápidamente en las redes sociales, generó innumerables memes, artículos en revistas de estilo de vida y ya formaba parte del Oxford English Dictionary dos años después. Un año después, su amigo Anil Dash, también empresario tecnológico y conocido bloguero, tuvo un hijo y descubrió que no pasaría nada por tomarme un descanso de hoy. Naturalmente, puso nombre a su revelación y la compartió con el mundo: nació el hombre. JOMOeso significa, alegría de perder (alegría de perder algo).
Por ridículos que puedan ser estos términos, tienen un olor inevitable a estrategia de marketing como conviviendo O comida de verdad– lo cierto es que tanto Fake como Dash lo conceptualizaron hace más de una década sensaciones siguen vigentes. Especialmente en relación con el consumo de cultura, donde va de (lo siento) FOMO a JOMO. A principios de febrero, Ainhoa Marzol, comunicadora cultural y autora del del Boletín de noticias sobre lo que sé cocineros En Internet ducha digital, publicó el tuit: «Disfruto cada vez más del sentimiento anti-FOMO, la alegría secreta de ver a la gente participar en algo que ya no te importa». Según comenta a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, del grupo Prensa Ibérica, su relajación comenzó en el último año. «No es solo no ir al evento al que asiste el resto del mundo, sino también no participes viendo productos culturales que son el foco de la conversación. Darse cuenta de lo cíclicos y a menudo empujados por las grandes empresas que son estos productos”.
Marzol no es el único conocedor u operador del sector cultural que ha reflexionado públicamente sobre el tema. En el último episodio de su podcasts sobre literatura el amigo eres tu, Andrea Toribio y Aloma Rodríguez hablaron de su intención de no centrarse en las noticias editoriales a la hora de elegir su lectura (en la medida de lo posible). «Es algo que me sale muy natural, la rechazo a el convencional”, dice Aloma Rodríguez, escritora y periodista cultural. Para ella, seguir ese instinto y prestar atención a los libros de los que menos se habla contribuye a la bibliodiversidad. “Hay una burbuja irreal en términos de calidad. Si es cierto lo que dicen las notas de prensa o los comentarios entusiastas de algunos periodistas culturales, cada semana se publican unas cinco obras maestras”, considera también.
Estoy cansado de archivar, de estar à la page, como diría Martín Gaite. ¿Por qué estar al día si no estás al día?
Andrea Toribio trabaja en un gran grupo editorial, por lo que ve un sinfín de novedades editoriales. “Si siento la presión en el trabajo de tener si no leo (que sería una locura) archivar mentalmente los títulos que se publican, como lector muchas veces me dan ganas de vomitar: ¡me mareo!”, cuenta. dice. Su experiencia como librera le facilita memorizar mentalmente y catalogar nuevos artículos, pero dice que no puede soportarlo más. “Estoy cansado de archivar, de estar a la página¿Qué diría Martín Gaite? ¿Por qué estar al día si no estás al día?”, aprecia. De momento todavía tiene «sofocos» porque interpreta algunas noticias editoriales «como amenazas reales» pero reconoce que: «De hablarlo con Aloma todos los días a todas horas e incluso durmiendo he aprendido a relativizar, no darle tanta importancia. Encontrar los minutos que no tengo para leer lo que realmente quiero».
Toribio está tratando de alejarse de los libros, pero Rodríguez disfruta de superarlo todo en general. “De la película, la serie, el meme, el video, las conversaciones de Twitter”, dice. “El otro día, comentando los Goyas con un amigo director, me dijo que su hijo tenía que explicarle la referencia a Shakira en una de las líneas de la gala: A eso aspiro. creo que es mio venganza por escuchar que tenia que ver Hermano mayor Y Operación triunfo para no ser excluido”, sostiene.
Javier Pulido, periodista y comunicador del sector salud, vive el JOMO en relación a la serie. “Llegas a un punto estúpido en las redes sociales donde te sientes fuera del juego por no haber participado en conversaciones absurdas, como en esos días cuando una dama aleatorio Te enseñé a ordenar tu casa”, declara. Tomó la decisión después de mucho bostezo y aburrimiento con dos series obligatorias de Twitter. Hizo un cálculo de las horas invertidas y el regreso de la felicidad que le proporcionaron y no le funcionó. Ahora, en casa, utilizan su tiempo libre para: «Leer cómics, películas, libros o documentales que nos gustan y llenarnos, sean o no de actualidad, sin prisas por terminarlos y sin necesidad de informar al al día siguiente”, dice.
embriagado de cultura
Si la renovación constante de la oferta es uno de los motivadores de la transición de FOMO a JOMO cultural, entonces uno se pregunta si realmente compensa a los productores o es solo hacer ruido para llamar la atencion. Por ejemplo, las grandes plataformas de transmisión tienen muchas funciones nuevas, pero pagan millones por series clásicas. Sin ir más lejos, HBO pagó más de $ 400 millones para copiar amigos A netflix No se sabe si tenía razón ya que HBO respondió a este diario que: «Por política de comunicación no damos datos de la audiencia ni de cómo funciona el contenido».
Por su parte, Filmin acaba de incorporar a su catálogo un mítico título muy esperado por sus fans: medico en alaska. Jaume Ripoll, director editorial de la plataforma, explica que no se ha traducido en un aumento de suscriptores pero: “El interés es indudable. Ha habido visiones que han superado incluso nuestras mejores expectativas. Para él, respecto al consumo cultural: “Debatimos mucho entre volver a lo que nos gustaba y lo que nos dicen que tenemos que ver”. En el caso de esta serie, el público está muy entusiasmado porque tardó mucho en estar disponible legalmente en internet y también en una versión remasterizada.
El año pasado, en el XXV Congreso de Libreros, organizado por la Confederación Española de Sociedades y Asociaciones de Libreros (CEGAL), Juan Miguel Salvador, de la librería Diógenes de Alcalá de Henares, presentó un estudio con datos que rápidamente se convirtió en titular: » El 86% de los títulos vendidos se venden en menos de 50 copias al año». Los datos fueron tomados de la plataforma LibriRed de CEGAL, que brinda información de 850 librerías (es decir, no incluye datos de grandes cadenas comerciales).
Siempre hay libros que sirven, por minoritarios que sean, tienen su razón de ser y su público
Chema Aniés, de la librería La Anónima de Huesca, observa que la tiranía de la novedad hace imposible cuidarlos. “Es casi imposible para el librero promedio o pequeño saber lo que está pasando. No importa lo poco que consigas, pueden ser entre 50 y 100 al día y se pierde mucho”, dice. Sin embargo, es de la opinión que:Se publican muchos libros pero no demasiados.. Siempre hay libros que son útiles, por minoritarios que sean, tienen su razón de ser y su público”. Además, señala que las tiradas han sido muy pequeñas y: “Si el título triunfa, enseguida está en todas partes. Se ha emparejado más lo que se publica con lo que se puede vender”.
Sol Salama, titular de la editorial Tránsito, tiene claro que el mercado está saturado. “La forma en que funciona la industria es muy cruel.: Los libros los ponemos mejor o peor, pero al poco tiempo los recibimos y estarán rebajados. Queremos paliar este problema lanzando lo próximo que nos dará dinero nuevamente, y así sucesivamente”, dice. Su empresa arrancó en 2018 con dos títulos y este 2023 prevé llegar a los 10: “No podemos sacar más partido a hacer el trabajo de edición que requiere cada título como se debe. También porque queremos seguir manteniendo vivo el fondo”.
Los editores de Automática, Alicia y Dario, son de la misma opinión que Salama. “Muchos de los libros llegan a las librerías con la absoluta certeza de que no se venderán., que el suyo será un viaje de ida y vuelta que inevitablemente acabará en pasta de papel”. “Esta ola que se estrella contra las librerías en un vano intento de capitalizar tendencias, corrientes, momentos fugaces de fama, sin embargo, poco tiene que ver con la pequeña edición”.
El año pasado la editorial celebró su décimo aniversario. En ese momento, algunos de sus títulos como abuelo por Aleksandr Chudakov o Sueño de pueblo Ding de Yan Lianke ya van por su cuarta o quinta edición. “Es muy satisfactorio ver cómo modelos de crecimiento lento, como el nuestro, se consolidan en el tiempo (aunque sea largo) y lo hacen apostando por una literatura de fondo”, concluyen.
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